
Otra vez no tengo ni p*t* idea de qué escribir, y tengo muchas ganas, de verdad, así que les voy a contar cómo fue mi fin de semana de larva, otro más.
El viernes me quedé con sed de magia cuando terminé de ver La comunidad del anillo, y me autoprometí a mi misma (redundo para que quede clarísimo) regalarme un fin de semana de la historia completa, versiones extendidas.
El sábado tenía una comunión, se vinieron mis viejos a buscarme, y llegó mi hermano, y tuvimos un pequeño altercado. La convivencia es difícil, mucho más cuando las personas que la practican se aguantan porque son de la familia, y tienen más rollos que ciento cincuenta ventanas con persianas. A veces me pongo a pensar si la gente es tan sorete como yo creo, o si mi estado de ánimo me predispone a exagerar la pequeña soretez que todos llevamos dentro y vivo en la ilusión (ilusión como alteración de la realidad) de que estoy rodeada de monstruos materiales, insensibles y egoístas.
Después de varias insistencias progenitoras y un intento fallido de arruinar un maquillaje casual arruinado por las emociones que no deberían salir por los ojos, me puse los lentes de sol para cubrir mi persona y fui a la comunión.
Los chicos, de verdad que le ponen pilas a todo. Como no conocía a nadie, no por no haberlos visto nunca, sino porque me cuesta horrores registrar a la gente, me limité a saludar, sonreír y hacer de vez en cuando algún mínimo chiste carente de contenido. Pero no estaban los ánimos para eso, y los ánimos familiares pasaban de "hace mucho que no te vemos" (ni un "qué linda que estás", puta madre) a un "tenemos que conseguirte un novio, cuál te gusta", como si estuviera en un supermercado lista para agarrar a algún caballero, meterlo en el changuito y enfilar para la caja.
Como no me decidía y mi "si es mayor de 25 no me interesa" no sirvió de nada, ellas decidieron que el indicado era el de barba, quizá porque era el que les gustaba a ellas y como no podían echar mano en el asunto querían que alguien más lo hiciera en su lugar.
Mamá escuchó el comentario y se convirtió en Sylvia Fine, y dijo que le gustaba, que lo afeitaría y le cortáría el pelo, que ya había estado hablando en la cocina, diciéndole que servir café con un termo de bomba era como ordeñar un termo, y yo ahí en el medio, con más ganas de tomarme un remis a Ezeiza que de andar de levante en una comunión.
Empecé a pensar en por qué no estaba en una comunión en algún país con atentados terroristas como asaltos hay acá, nada más que para que cuando entren los encapuchados con armas largas salir al grito de "llévenme a mi!".
Pero sobreviví, no se me cayó la careta aunque brindé con champagne. Les hice chistes a los chicos, siempre se maravillan con mis ocurrencias, y esta vez le tocó el turno al método para hacer un "pequeño globo babeado" con los restos de los globos reventados a propósito.
Después, me despedí de mis progenitores, que se retiraban a su hogar, y me quedé con mi prima, compañera de salidas, llantos por proyectos fallidos, depresiones y alegrías. Una auténtica amiga, y encima de la familia. Fuimos a lo de los viejos de ella, mis tíos, disfruté un rato de felinidad con Ulises y un cachito de lana, y pude observar como eso de que la distancia mejora las cosas es cierto y pasa en todos lados. Caida la noche nos fuimos para el departamento donde vive desde hace poquito, y me convidó con su alegría de haber dado el tan necesario paso. Me contó historias de su trabajo, de gente, y yo le cebaba mate mientras le tejía una agarradera y me limitaba a decir "cuando vi por primera vez ese video empecé a mirar a los pelados de una forma diferente".
Pobre, se bancó mi ausencia total de onda, ni de la buena tenía, y encima me prestó un cacho de cama, colchón de resortes para hacer las delicias de mi espalda, que me hizo mal y sin embargo la quiero.
A la mañana, madrugar, ella tenía cosas que hacer y yo me iba cuando ella se iba. Y a hacer tiempo, para volver a casa a la hora que dije y no ver nada que no quiero ver.
Me compré una de las dos revistas femeninas que compro todos los meses, de esas que están llenas de gente linda como no soy ni nunca voy a ser pero no me importa porque soy linda a mi modo y si a alguien o le gusta que mire para otro lado, llena de perfumes que compraré con cuentagotas y cuotas con tarjeta, cosméticos que hacen magia y arruinan economías, y ropa linda que estoy decidida a imitar con hilados y crochet.
El colectivo tardó la eternidad habitual en aparecer y la eternidad habitual en llegar a la parada donde me bajo, pero me quedaba una hora y media todavía para dar vueltas. Venía derechito a sentarme en la puerta de mi casa, leer la revista ahí, cuando me decidí a regalarme un momento para mi, y me fui a desayunar. Café con tostadas y revista. Y me acordé de mis idas al cine sola, y cuánto las disfrutaba, y me regalé no una hora y media, sino dos, desayunando conmigo, ahí al costado de la vidriera del café, para que la gente me vea disfrutar de mi revista.
Volví, chateé, compartí la emoción del deber cumplido y del éxito alcanzado gracias a la generosidad de los demás, generosidad contagiosa, y de planear un encuentro de fin de año.
Y después me tiré en sillón, me tapé con una manta y dormí la siesta más larga de mi vida, todo el santo día mezclando diálogos de películas con sueños, un poco más de magia para el fin de semana, y todo lo que tenía que hacer no lo hice, otro fin de semana al pedo, otro fin de semana de larva.
Me tomo un té dormitivo, y me voy a dormir temprano, tengo ganas de pasear con capa, capucha y bastón por un bosque brumoso, hacerme amiga del Señor de algún río, por qué no de dragón, y prestar algo de mi magia y mi espada a la causa justiciera de algún caballero de noble linaje e igualmente nobles intenciones.
Abrazo de oso polar de Coca Cola.
Fin del post.