5.7.06

Había una vez...

...un caballero educado, de muy buenos modales, delicado ... llamémoslo Adolfo, por poner un nombre, no es que usara un pequeño bigote o compartiera la ideología de "aquel Adolfo" ni nada por el estilo. Tampoco se parece al otro, "el Adolfo", el local.

Un buen día Adolfo se levantó y dijo "tengo algo que quiero vender". El producto en cuestión había sido elaborado durante varios años, tenía a los clientes, pero le faltaba algo fundamental: que su producto funcione como se supone que tienen que funcionar estos productos.

Pasa que Adolfo todavía no lograba vencer su terror pánico a un error, y su visión del producto quedaba demasiado chica para poder convertirlo en lo que alguna vez soñó, simplemente no comprendía lo que había creado. Y sin embargo, lo amaba sobremanera, contaba con lágrimas de emoción la historia, cómo lo había construido pantallita por pantallita, las cosas que había pensado cuando lo hacía y las que le habían pasado mientras tanto.

Entonces Adolfo vio otro producto que le gustó. Era un Producto Imperfecto, estaba lejos de alcanzar los requerimientos del mercado, pero a Adolfo le gustó, tanto que quiso que su Amado Producto fuera igual, o parecido, o mejor. Entonces contactó al Creador de eso que tanto anhelaba.

- "Te voy a hacer una prueba, quiero que hagas un producto que haga tal cosa, si me gusta,
tengo un trabajo para vos".

El Creador del Producto Imperfecto pensó que engordar un poquito la vaca que ya estaba demasiado flaca no le vendría mal, y aceptó el desafío. La prueba fue todo un éxito y pronto se vio envuelto en la nebulosa de "una empresa en formación".

- "Tengo los clientes, hace años que estoy en contacto, se cómo piensan, se lo que les gusta. Vas a recibir un

porcentaje de todas las ventas"

Y así fue que el Creador del Producto Imperfecto le abrió las puertas de su casa, le convidó café, té, postres varios mientras discutían el proyecto, y dedicó horas y horas a intentar que el Amado Producto de Adolfo funcionara. Porque tenía fallas de diseño, para lograr algo que estuviera a la altura del mercado habría que empezar de cero. Intentó con diplomacia convencer a Adolfo, pero no alcanzaba siquiera a sugerirlo sin tener que escuchar una y otra vez la historia, cómo Adolfo lo había construido pantallita por pantallita, las cosas que había pensado cuando lo hacía y las que le habían pasado mientras tanto. Al final optó por construir encima de lo que ya estaba hecho, triple trabajo, pero no se comparaba al esfuerzo de convencer a Adolfo de la necesidad de empezar de cero.

Y así el Amado Producto fue creciendo, incorporando funciones "que al cliente le gustaban, porque a ellos les gusta que sea así". Y el tiempo pasó, y se avanzó bastante.

Mientras tanto Adolfo se dedicó a vender el proyecto, y viendo el Sol del Exito Asegurado levantarse en el horizonte, cambió su discurso: "te voy a pagar tanto la hora", pensando que un porcentaje era mucho, mejor un monto fijo. Pero sin pensar en la cantidad de horas que se iban acumulando.

Y el proyecto creció, y se incorporó un Asociado más, que vió al Amado Producto sin el vidrio turbio de las lágrimas de la emoción y se dio cuenta de sus fallas, y de la necesidad de volver a empezar, y sin dar muchos rodeos se excusó de participar "porque muchas manos en un plato hacen mucho garabato" y sugirió ocuparse de otros detalles.

Y llegó el momento de armar la muestra final, y los tres pasaron noches sin dormir, trabajando en equipo, disfrutando de ver cómo el Amado Producto tomaba forma, cómo se parecía más a un producto que podía competir en el mercado.

Y dijo Adolfo: "cuando esto termine, ustedes dos van a recibir una buena comisión", y acto seguido pidió al Creador del Producto Imperfecto y al Asociado que le pasaran el detalle de las horas trabajadas.

El Creador (que hasta el momento no había visto un mango) lo hizo, feliz de pertenecer a un proyecto basado en la mutua confianza,"porque son dos excelentes personas, con las que da gusto trabajar, no me van a cagar".

Y le envió un mail con la cantidad de horas.

Pasaron varios días de silencio, el Amado Producto estaba terminado y listo para ser vendido, los clientes lo estaban esperando, y Adolfo recordó que faltaba incorporar un detalle, corregir un error, algo que habían pedido los clientes y había olvidado por complet, y tuvo que romper el silencio y contactarse con el Creador, y como la cola de paja era grande no pudo hacer el nuevo pedido sin sacar el tema:

- "Me pasaste el cálculo de horas, son 368 pesos no?"
- "No Adolfo, son 368 horas, hacé la cuenta"
- (Silencio)
- (Silencio esperando respuesta)
- "Eh... si... me parecía que me había confundido..."
- "Ya tengo listo el modificador para el Amado Producto, cuando tengas listo el detalle pasamelo

a sí lo incorporamos"
- "Eh... si... pasa que tuve algunos problemas... no ando muy bien... eh? si... cuando esté te lo

paso"

Y a Adolfo se lo tragó la tierra.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Si , a este "adolfo" lo conozco y si no me equivoco no sirve de nada reclamar lo que uno sabe que no va a recibir. Pone energía en crecer , en un titulo y deja q lo q no se cuide a tiempo sea valorado por lo que es cuando no lo pueden tener, eso mi pequeña amiga es tu talento , besos Alejandro. :=)

Una Pepina dijo...

y asi les va a los adolfo
siempre miran la tajada ajena...

Como dice el dicho son perros viejos: no comen ni dejan comer

Besos